martes, 28 de junio de 2011

#30 Supón que aún es agosto y que no estás tan lejos.

Supón que aún es agosto y que no estás tan lejos de esta ciudad que todavía guarda los últimos vestigios de aquella altiva llama del verano, que lentamente fue, como todo, muriéndose; imagina que aun estas aquí, conmigo, en la paz de esta casa que la luz hace hermosa, y busca en tu memoria el esplendor dorado
de los días perfectos que en ella hemos vivido, ajenos a todo aquello que no fuera nuestra propia alegría de estar juntos.

Recuerda.
Mira. Mira esas gloriosas mañanas: hace un rato que tú te despertaste, y esperas en silencio a que yo abra los ojos para darme los buenos días y decirme -hoy también- que eres feliz. Y me señalas luego ese rayo de sol que entra por la ventana y aquí, junto a la cama, en el suelo, dibuja un dulce charco de oro.

No dejes que se borren
de tu alma las risas de ese tiempo, las palabras ardientes que sonaban como un cristal finísimo y llenaban de música las horas del amor: el espacio inocente de la pasión cumplida en las radiantes noches que nuestros cuerpos conquistaron.

Contempla estas imágenes,
y olvídate de ese lugar que ahora a tu pesar y a mi pesar habitas: calles llenas de otoño, gentes que desconocen nuestra historia, tierras que no son tuyas, y ese río que en nada se parece a éste nuestro de aquí, que bajo el sol discurre a través de los huertos.

Ojalá lleves siempre
contigo, a cada instante, mi recuerdo, y estas palabras que en la noche escribo pensando en ti, para que tú las leas, te ayuden a estar solo,
y te acompañen.

S.

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